El selfie y Napoleón Bonaparte

Copyright © Carmen Monje Solar

      Napoleón no necesitó vivir en el siglo XXI ni de los selfies para tener millones de seguidores. Con ellos organizados en gigantescos ejércitos ganó 40 batallas, que no es poco. Fueron esos seguidores de finales del siglo XVIII los que le ayudaron a invadir territorios para anexarlos a Francia. Ellos hicieron a un lado las formas de gobierno republicanas nacidas de la Revolución Francesa para nombrarlo emperador de Francia, asegurándole ese título a sus descendientes y el de príncipe a sus hermanos.  Esos seguidores le otorgaron también los títulos de rey de Italia, Copríncipe de Andorra y Protector de la Confederación del Rin. Indudablemente que era tan poderosa su marejada de seguidores que pudo con su famoso Código Napoleónico constreñir a los franceses a seguir un único comportamiento jurídico, distinto a las formas legales imperantes basadas en la tradición, la costumbre y los regionalismos, conducta seguida incluso por muchos países que dio origen a los Códigos Civiles Alemán (1900) y Suizo (1912) y a los de múltiples países latinoamericanos. Tal vez si hubiese podido disponer de la tecnología para publicar un selfie no hubiese muerto envenenado —como se ha dicho que murió— publicación que en todo caso no hubiese sido posible desde su prisión en la isla de Santa Elena, en el África, posesión de los británicos, a la que fue confinado luego de haber sido vencido por el Duke de Wellington y el mariscal de campo prusiano Gebhard von Blücker en la conocida batalla de Waterloo. Publicación imposible como lo sigue siendo para todos los prisioneros de guerra contemporáneos.

 

Copyright©Karin van Groningen Chiriboga

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