El profesor
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En agradecimiento a:
Carolina Perez Branger
Daniel Varnagy
Angélica Oropeza
Mayra Moreno
Jorge Machado
Enderson Medina
Alfonso Campos
Carlos Castañeda
Liliana Velásquez
Wilfredo Puertas
Julio Romero
Jonathan Gutiérrez
Alejandra Silva
Se lo encontraron en la calle. La larga y enjuta figura del aquel hombre ya entrado en años había estado caminando totalmente absorto sin percatarse de los escasos transeúntes que se arriesgaban a permanecer en ella a esas altas horas de la noche. Guiado tal vez por los insistentes llamados de su madre, se había adentrado entre muchos callejones buscando atropelladamente a su espléndida casa de la niñez y de parte importante de su vida adulta. La hediondez y los restos de basura acumulada por muchos años de desidia le resultaron enteramente desconocidos y contribuyeron a aumentar su perturbación. Como quien se aferra en pleno océano a una tabla de salvación, volvió una y otra vez su atención hacia las curvaturas de la sinuosa calle que claramente reconocía… las mismas donde tantas veces anduvo en bicicleta y más tarde en su potente vehículo. Exactamente iguales a aquellas guardadas en su memoria y sin embargo, nada lucía igual… Como en la peor de las pesadillas, los sucios y languidecientes negocios de tercera que tenía ante sus ojos, en nada se asemejaban a su casa, ni a las hermosas mansiones bordeadas de frondosos árboles que la rodeaban. Y los conocidos postes de electricidad se le aparecían como frágiles reminiscencias estranguladas por una maraña negra de cables que asfixiaban las farolas. Siniestro entorno que lo terminó de confundir llenándolo de muy malos augurios… Se lo encontraron en la calle y lo llamaron —¡Profesor!—. Era su profesor de postgrado que llevaba tres días perdido. Ningún familiar cercano había podido unirse a la búsqueda de quien siéndole fiel a su labor docente en ciencias políticas había decidido no abandonar aquel maltratado país que alguna vez sirvió de puerta de entrada a la civilización occidental y que luego fue considerado la democracia más duradera de Latinoamérica. Por ello se organizaron sus alumnos para buscarlo. Los de ahora y algunos de los que tuvo durante sus cuarenta años de docencia que, por suerte para el profesor, todavía se encontraban en la ciudad o estaban de paso en ella. Unos buscaban por el este y otros por el oeste de la muy alargada metrópoli bordeada por aquella extensa cadena montañosa eternamente verde que, como si ningún cataclismo político y económico le hubiese ocurrido a quienes moraban a sus pies, porfiadamente les proveía de frescos y fragantes vientos. Expertos todos en el manejo de las redes sociales, sus alumnos y algunos colegas de larga data —estudiosos apasionados de las lecciones doctorales impartidas por su profesor sobre las formas autoritarias de gobierno como la que estaban padeciendo dolorosamente en los últimos años— habían creado grupos de WhatsApp para agilizar la búsqueda. Fotos y datos de contacto habían sido publicados en Facebook e Instagram y enviados a los vecinos de su vivienda actual. Y al cabo del segundo día de apremiante búsqueda acudieron a la policía mientras que, de tanto en tanto, indagaban en los hospitales su posible paradero. Enfermo de Alzheimer como se encuentra, aun cuando se había diagnosticado como incipiente, muchos temían que hubiese sido atropellado y estuviese moribundo en alguna de las oscuras y pestilentes fosas formadas por la indiferencia y la pobreza en las muy bien asfaltadas calles de aquel otrora democrático y rico país. Otros temían un secuestro del profesor políticamente opositor por parte de las cuadrillas de fanáticos violentos de aquel régimen despótico que estaban viviendo, por lo que afanaban la búsqueda deseando y a la vez temiendo recibir noticias de su profesor de ciencias políticas que tanto trabajó a favor de la democracia. Y así de repente sus muy amorosos alumnos y colegas se lo encontraron en la calle de la mano de un taxista solidario que lo reconoció y lo llamaron—¡Profesor!—. El anciano los miró confundido sin reconocerlos, estado que habiéndose mantenido sin mayores cambios los obligó a planificar, junto con la familia, su muy indeseada salida del país —el paso que siempre evitó—. Tal vez, de estar consciente, hubiese preferido la muerte antes de contribuir a engrosar aquella dantesca cifra de emigrantes diarios que tanto había estudiado… Hubiese querido esperar en su tierra natal hasta el día de su renacimiento ¡El fruto de tanto esfuerzo docente!... Hasta la lejana Alemania lo enviaron para dejarlo junto a sus hijos que lo habían esperado impacientes desde su obligada salida. En su alto grado de confusión puede que haya creído que murió y de tener que permanecer algún tiempo en un centro médico asistido por eminentes médicos y enfermeras en muy blancas batas, con suerte podrá creer que llegó al cielo y que se encuentra felizmente rodeado de ángeles y arcángeles.
Caracas, 28 septiembre 2023
Copyright©Karin van Groningen Chiriboga