La NASA necesita un poeta
Carlos Rojas Malpica
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A mis maestros
Vytautas Subacius
Enrico Sabatino
Raúl La Salle Toro
Priscila De Pratt (IM)
Con entrañable afecto
La obra formidable de la NASA, la Agencia Espacial China, Rusa o Europea exige emprender un viaje hacia el lenguaje, una profunda y detenida exploración de la subjetividad, un recorrido por la historia de los deseos conscientes e inconscientes, personales o colectivos de la humanidad, para hacer comprensibles el viaje a Marte o la exploración del universo a través del telescopio espacial James Web o del Xuntian, que miran en el cosmos desde la insaciable voracidad epistemológica de los seres humanos.
Los cálculos matemáticos, la astrofísica, la geología ni la más avanzada ingeniería podrán dar cuenta del deseo, del sueño y anhelo subyacente de la gran aventura espacial. Ninguno de los científicos, a pesar de su innegable talento, logrará con sus ecuaciones interpretar lo que ocurre en su vida interior cuando el Rover aterriza en la luna o el telescopio les devuelve imágenes conmovedoras del universo que quiere conocer. Los hemos visto saltar de la emoción cuando el vehículo aterriza en su destino o al hacer volar el dron que lleva incorporado. Se abrazan, lloran, celebran y brindan por el éxito logrado, pero no miran sus sombras, importantes testigos mudos e ignorados del prodigioso momento. Algo similar, pero también muy distinto, al que produce un hit de nuestro equipo en el estadio de béisbol. La matriz fisiológica de la euforia es la misma, pero las determinaciones son tan distintas que se suelen celebrar en vivo por toda lo humanidad, o al menos, en el mundo occidental al que tenemos acceso a través de las redes sociales.
Luego viene el análisis científico de las fotografías y muestras obtenidas. La mineralogía del suelo y las rocas, la búsqueda de trazas bioquímicas de vida desaparecida, el estudio del lecho del río seco hace millones de años, la edad geológica del cañón marciano, la calidad del aire atmosférico, la gravedad y la fuerza de los vientos ¿Qué hacer con todos los datos, con el inventario de la información obtenida del planeta o del firmamento? ¿cómo darle sentido al valioso esfuerzo? ¡Ninguna tabla estadística, ningún “paper” científico dará cuenta del inmenso y colosal estremecimiento humano ligado a siglos de subjetividad, porque no hace parte de las preguntas de la ciencia! A lo mejor un científico esperaba encontrarse los restos de una gran pirámide, algunas metopas del Partenón o un fósil de pterodáctilo, pero rechaza la idea por subjetiva e impertinente, incluso perjudicial, porque contamina la pureza de la investigación. Desconoce que en ese deseo o fantasía absurda está sumergido el verdadero leit motiv de la investigación espacial. El poeta sí lo sabe. Sufre y contempla con dolor la inmensa decepción asociada de la superficie desolada del planeta. Le aterra pensar que presagia el futuro incierto de la tierra. Se fascina con sus pareidolias del paisaje. Tampoco es ajeno a la dentadura que muerde y calcula la oportunidad. Jamás ha renunciado a enunciar el absurdo que habita en su conciencia iluminada. El sueño es un método de conocer y la locura también.
Homero (Siglo VIII a C), el aedo ciego, cantaba las hazañas de los grandes guerreros griegos poseídos por la hybris que los llevaba a desafiar a los dioses. La cábala judía se propone encontrar las claves para comprender las relaciones entre D-os infinito y el universo finito. Blaise Pascal (1623-1662), vivía aterrado por el silencio eterno de los espacios infinitos. Sólo los poetas siguen viendo en la Antigua Grecia una fontana insondable de sabiduría. No dejan de conmoverse con las profecías del adivino Tiresias. La ciencia dejó atrás la “quinta essentia” aristotélica. Ya no hay más éter. Hölderlin (1770-1843), el gran vate suabo, dio a las divinidades helenas el carácter de presencias actuales. Quiso representarse su mundo en la antigua lengua griega. Diótima, Empédocles, Al éter o Hiperion son testimonios vivos de su gran empresa romántica. Solo Saint John Perse (1887-1975) se atrevió a decir “Estrechos son los bajeles, estrecho nuestro lecho. Inmensa la extensión de las aguas, más vasto nuestro imperio en las cerradas estancias del deseo”. Los misterios anidan en el subsuelo de la gran empresa espacial. El sueño de Ícaro, el carro de Faetón, la passarola del fraile portugués Bartolomeu Lourenço de Gusmão, el desvarío del loco que lanza piedras a la luna y la investigación espacial, están hechos del mismo material intangible que habita en los rincones más oscuros del espíritu. El pensamiento utópico emerge del mismo sótano donde se gesta la pulsión por lo imposible.
Hay un límite inmenso e irrevocable en la exploración poética. No pueden representarse el mundo por fuera del pensamiento humano. Tampoco lo puede hacer la ciencia. No sabemos como piensan los vecinos de la Vía Láctea o de otros mundos. Pero sólo la poesía se acerca a lo que ocurre en el encuentro sideral entre el dedo humano y el dedo divino que presentó Buonarroti en la Capilla Sixtina.
Cypress, Tx. Julio/2022
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